Cada día
o más bien cuando el sol cae sobre la pampa
y el pastizal mezcla los sembrados y cultivados con lo agreste
en esa gama infinita de tonalidades verdes, amarillas, rojizas, marrones, maices, grises
y el agua de los arroyos refleja la luz violacea, turquesa y levemente anaranjada
y la luna, casi llena, horizontea y asciende
el alma se junta con las regulaciones del color
enjuta
asiste a su derrumbe
en el que parece ya no caber pero si cabe
una muerte más, algo que no volverá , toda una vida y un mundo
la mente lucha por no sentir pero esa batalla se pierde porque la tensión de su negativa
arrasa con parte de la vida misma.
El cuerpo se duele: garganta, panza, taquicardia o insomnio: todas esa maneras que nos enlutan.
No sabemos vivir, ni morir.
Lo único que se decanta es que hay que aprender
y despedirse para poder dar un paso, dos, tres hacia los cauces que se abrirán, no ahora, en el porvenir.