A casi nadie le hablo
le digo
lo íntimo
propio
no sé qué
es.
A tientas
a ciegas
a tontas
ando
cuesta lidiar con
la incerteza
y cuesta
la certeza.
Vientos de agua
colas de zorro
luces amarillas y rosas del atardecer
¡espérenme!
Cambia todo lo que puede cambiar
la luz, lo suave, lo que ya no se espera
los planes se hacen añicos
pienso, piensa, piensan
si habrá algo que no cambia
en
la disolución del tiempo.
Pero el tiempo no es algo
lo que es algo
son mis manos
los huesos,
mis hijos
y las penas que cuando creés que se fueron, vuelven.
Algo es
el calor del sol buscado en el mediodía cuando afuera hace tanto frio.
El frio, bello
la belleza, helada
la elegancia perdida
los huesos, cascados
un fuego azul, verde, naranja.
Sabiduría escondida
comadreja que ya no vuelve.
Quise escribir temprano y terminé tomando una taza de té.
Quise pensar
pero mi cabeza se va para cualquier parte.
Deambulo lentamente sin hacer pie
como un caracol se da la vuelta
buscando debajo de lo hecho
la palabra
la ilación
un ancla en la herida salitrosa
para cobrar un poco de forma.
La falta de fuerza es tangible
otra taza de té, ahora
y otra y otra y otra más.
Hasta dormir.
Cada día
o más bien cuando el sol cae sobre la pampa
y el pastizal mezcla los sembrados y cultivados con lo agreste
en esa gama infinita de tonalidades verdes, amarillas, rojizas, marrones, maices, grises
y el agua de los arroyos refleja la luz violacea, turquesa y levemente anaranjada
y la luna, casi llena, horizontea y asciende
el alma se junta con las regulaciones del color
enjuta
asiste a su derrumbe
en el que parece ya no caber pero si cabe
una muerte más, algo que no volverá , toda una vida y un mundo
la mente lucha por no sentir pero esa batalla se pierde porque la tensión de su negativa
arrasa con parte de la vida misma.
El cuerpo se duele: garganta, panza, taquicardia o insomnio: todas esa maneras que nos enlutan.
No sabemos vivir, ni morir.
Lo único que se decanta es que hay que aprender
y despedirse para poder dar un paso, dos, tres hacia los cauces que se abrirán, no ahora, en el porvenir.
Vuelta como un caracol
que debería, si supiese por dónde
pero que se desvía
se repliega, mira y se devuelve a su itinerario inicial.
Opiáceos del deber o la salutación engañosa
consumen.
¡Es que siempre tuve que soportar su persecución y las escondidas
en los alcohólicos muebles de melanina bermellón!
No busco trascender, su nombre, su claustro o su fantasía.
La mía es con café, ese motor. Es con patio y si es posible, un lazito de amor contra el rojo bordó del muro.
Un hábito muscular de quince cuadras de distancia
un punto de llegada
al que se llega
y no se cree haber llegado.
No se siente como era previsto
en un vacío gris
lluvia pampeana
se desarbolan
uno a uno
los planes y ansiedades.
He buscado y encontré pero ahora se evanecen las proposiciones
como volutas blanquecinas.
No es bueno venerar
el desastre de la época porque hayamos logrado sobrevivir
supimos, aprendimos
a bordear los agujeros
a construir y componer
recomponer ese pozo ciego y su desastre
-sí-
pero hay que deslindar
distinguir
disociar
con costo de fuerzas vitales, finitas e inconmensurables
lo que
hicimos
luego de la tormenta
de la tormenta misma.
Creer es inevitable
andamos poniendo una cosa y otra, aquí y allá
como para organizarnos
como
la columna vertebral
un edificio
una cosa encima de la otra
frágil y transparente, a fin de cuentas.
¿Y en qué creer
tras el muro oscuro?
¿Dónde ahondar tras la crisis de fe?
¿Cómo nutrir a ese motor que necesita?