martes, 2 de abril de 2024

Frente a la luna del espejo

en el centro del óvalo

otro óvalo: su cara

y en lo blanco de sus ojos

las pupilas

y el iris 

y la luz que se filtra y se descompone recortándose de lo oscuro de las ropas que la circundan 

y rebota y viaja 

quién sabe por donde y hacia donde y llega

a producirle una sonrisa porque sí, se reconoce 

incluso

se quiere en ese rato

de una tarde en que la luz de abril es amable

en su justo punto entre calidez y desapego

-caducidad otoñal-

tras las cortinas de voile.

Su imagen viaja, deslucida

envejece.


-Quiero que me arreglen el diente que perdí en la caída de la esquina, me dijo-

pero el odontólogo no quiso 

quizás

evaluó los riesgos de la anestesia

pensé

pero no dije nada.

-No quiero ver mi cara en el espejo- me dijo-

no me reconozco.

Su huella digital ya se estaba borrando

todas maneras de la desmterialización

señales

raras.

Nos dejaban flotando por ahí, en paz y sin 

palabras.

Se quebraba el espejo y reflejaba trozos discontinuos 

se rebotaba la luz para otros ángulos, se iba

-pero eso era un relato-

tratábamos de atrapar bajo alguna forma de la memoria

trozos

lagunas

tenerlos quien sabe

dónde.


Cada hora de sueño borraba

minuciosa 

efectiva

lo vivido.

Era la hora de ser alegre una vez

una mujer liviana, alegre, la vida fácil.

Esa que está en un cuadro

exhibido en los museos más importantes de Europa

había que ir por un túnel muy angosto

-era difícil-.

Sólo

se podía pasar por ahí 

cuando lo dejaba de intentar.


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