Su vientre se veía a través de las ropas flúo, naranja
era raro ver al señor tan bien vestido de deportista a la moda
la bolsa de compras en la mano
tocando el timbre probablemente de su casa.
Era un hombre de setenta u ochenta años.
Se mezcló con los olores a comida del restaurante que tenía la ventana abierta, al lado
y el repiqueteo de las cientos de botellas de gaseosa que estaban en el camión a la izquierda
los muchachos con arneses bajando y subiendo los cajones.
El plástico, el vidrio, la cebolla en cocción
la gente vestida con calzas y zapatillas paseando a los perros
sorprendía
en esa vereda que recorría yendo a por mi café
rico,
imprescindible para iniciar el día.
Pensé en mi madre que solía trabajar en un edificio, pequeño palacete, por ahí cerca
en esa ciudad, esas cuadras siempre recorridas
no podía esclarecer cuánto me gustaba la imitación a lo francés
las casas de construcción a la italiana, los edificios gubernamentales a la europea y criollos
los transeúntes y trabajadores a la indiana
ya no entendí
del todo
cuál era mi papel en el asunto.
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