jueves, 10 de noviembre de 2022

 Su vientre se veía a través de las ropas flúo, naranja

era raro ver al señor tan bien vestido de deportista a la moda

la bolsa de compras en la mano

tocando el timbre probablemente de su casa. 

Era un hombre de setenta u ochenta años. 

Se mezcló con los olores a comida del restaurante que tenía la ventana abierta, al lado

y el repiqueteo de las cientos de botellas de gaseosa que estaban en el camión a la izquierda

los muchachos con arneses bajando y subiendo los cajones.

El plástico, el vidrio, la cebolla en cocción

la gente vestida con calzas y zapatillas paseando a los perros

sorprendía

en esa vereda que recorría yendo a por mi café

rico,

imprescindible para iniciar el día.

Pensé en mi madre que solía trabajar en un edificio, pequeño palacete, por ahí cerca

en esa ciudad, esas cuadras siempre recorridas 

no podía esclarecer cuánto me gustaba la imitación a lo francés 

las casas de construcción a la italiana, los edificios gubernamentales a la europea y criollos

los transeúntes y trabajadores a la indiana

ya no entendí

del todo

cuál era mi papel en el asunto.












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